EL NUEVO CINE COLOMBIANO
La temática de la violencia y el drama de la pobreza
El auténtico nuevo cine: años 60
Las películas colombianas interesan en los Festivales internacionales de Cine. Me gustaron El abrazo de la serpiente (2015) de Ciro Guerra, la búsqueda en la selva de la Amazonía colombiana de una 'planta sagrada por dos científicos acompañados por un chamán, inspirada en parte por los diarios de estos científicos, Violencia (2015) de Jorge Forero, sobre la lucha en Colombia, contemplada a través de las acciones de la guerrilla, del ejército y de la población que la sufre, La tierra y la sombra (2015) de César Augusto Azevedo, centrada en los problemas de la ausencia y del regreso del protagonista a un lugar y a una familia amenazados por la extensión de las plantaciones de caña de azúcar y Chocó (2013) de Jimmy Hendrix que revive los problemas de las mujeres afrocolombianas a través de una de ellas, pobre, que trabaja para sacar su familia adelante. En el actual impulso del cine colombiano tiene un papel importante el Fondo de Desarrollo Cinematográfico, creado en 2003. Si contemplamos el cine colombiano a partir de los años 90 encontramos unas películas bien realizadas, con nexos comunes: temática social, violencia, venganzas, guerrilleros, bandas, vecinos pisoteados y a veces encolerizados y en el fondo el drama de la pobreza. Reveladoras de estas características son La estrategia del caracol (1993) de Sergio Cabrera, la defensa de un edificio desahuciado por los vecinos, dirigidos por un viejo anarquista español, y más tarde Cabrera en Golpe de estado (1998) trata el problema de la lucha y la guerrilla en tomo de comedia; La vendedora de rosas (1998) de Víctor Gaviria; basada en parte en un cuento de Andersen, "La pequeña cerillera", y en hechos reales de la vida de una niña pobre vendedora de rosas, que muere asesinada. Está interpretada por Lady Tabares, joven con problemas con la justicia, como otros actores que se vieron envueltos en distintos casos. Representan una generación destruida por la pobreza generadora de violencia. En esta película destacada se basó la serie "Lady, la vendedora de rosas", protagonizada por Lady Tabares. Gaviria había realizado otra de las películas representativas, Rodrigo D: No futuro (1989), que muestra el desencanto de un joven en Medellín y en una de las canciones oímos frases reveladoras de sus ideas: ¿Quien quiere vivir en esta sociedad? ¡Todos en el sótano!
Son películas de bajo presupuesto, hechas con esfuerzo y mucho talento y algunas se salen de los temas de violencia, entre otras Diástole y sístole (1998) de Harold Trompetero con una historia de parejas. O una original, El último carnaval (1999) de Ernesto MacCausland, con el relato de un vecino de Barranquilla que representaba siempre a Drácula en los Carnavales y en uno de éllos, para él el último, atacó a mordiscos a una adolescente. Una película atractiva, aunque no tuvo mucho éxito de público, Soplo de vida (1999) de Luis Ospina es un buen thriller negro sobre la persecución de un asesino en un Bogotá nocturno y lluvioso. El vínculo con la telenovela se encuentra en Es mejor ser rico que pobre (1999) de Ricardo Coral Dorado. La creación del grupo de producción G-3, Colombia, Venezuela y México, dio la posibilidad de financiación de películas, como La toma de la embajada (2000) de Ciro Durán,, basada en el hecho real de la toma de la Embajada de la República Dominicana por el grupo guerrillero M-19 en 1980. Durán combina con inteligencia imágenes reales de archivo y reconstruye la relación de los guerrilleros y los miembros de la Embajada. La virgen de los sicarios (2000) de Barbet Schroeder con guión del escritor antioqueño Fernando Vallejo muestra un Medellín dominado por bandas de sicarios que matan y son asesinados en una atmósfera de drogas. Muy atacada por la prensa en Colombia, obtuvo varios premios internacionales.
1967 me pareció un año importante como punto de inflexión hacia la aparición del cine político y social. La muy escasa producción de películas de largometraje totalmente colombianos se compensó con cortometrajes y documentales. Uno de sus cultivadores fue Francisco Norden, formado en el IDHEC de Paris, sobre temas colombianos, quien más adelante dirigió Camilo, el cura guerrillero (1974), el revolucionario de más prestigio, a continuación del Che Guevara. En 1968 y 1969, se produjeron interesantes documentales de denuncia social, mostrados en el Primer Festival de Documentales Latinoamericanos de Mérida. Marta Rodrigues, continuadora de la obra de Jorge Rodriguez y Marta Silva, con Los chircales, del año 1967, sobre las deplorables condiciones del sector del ladrillo, y Alberto Mejía con Bolívar ¿dónde estás que no te veo? (1968) sobre la necesaria liberación de un Bolívar momificado y guardado entre banderas por los militares, protagonizan esta corriente, junto a Carlos Álvarez, autor de Asalto (1967), que trata la represión militar en la Universidad. Ciro Durán en una coproducción entre Venezuela y Colombia utiliza el modelo del western, Aquileo venganza (1968). A principios del siglo XX, tras la Guerra de los Mil Días, en la que Colombia perdió Panamá, los bandoleros, a sueldo de los terratenientes y caciques, asesinaban a pequeños propietarios de tierras para arrebatárselas. Una de estas bandas asesina a toda una familia, salvándose solo Aquileo, quien jura venganza.
Más
tarde, Ciro Durán realiza uno de los documentales de mayor repercusión, Gamín (1977),
sobre la vida de los “gamines”, niños que viven agrupados en Bogotá y que para
subsistir cometen diversas fechorías, como robar radiocasetes de los coches.
Ciro Durán aprovecha para mostrar la terrible pobreza de este ambiente. El exceso de películas de denuncia fue criticado por un sector, pensando que se
realizaban para gustar en Europa, a la crítica y ganar premios, fue el estilo llamado pornomiseria. Los mayores
detractores fueron los del Grupo de Cali, que incluso, realizaron un
mediometraje, documental ficticio con actores, dirigido por Carlos
Mayolo y Luís Ospina, Agarrando pueblo (1978), una
parodia divertida sobre los cineastas aprovechados de la pornomiseria.
La virgen de los sicarios |
Son películas de bajo presupuesto, hechas con esfuerzo y mucho talento y algunas se salen de los temas de violencia, entre otras Diástole y sístole (1998) de Harold Trompetero con una historia de parejas. O una original, El último carnaval (1999) de Ernesto MacCausland, con el relato de un vecino de Barranquilla que representaba siempre a Drácula en los Carnavales y en uno de éllos, para él el último, atacó a mordiscos a una adolescente. Una película atractiva, aunque no tuvo mucho éxito de público, Soplo de vida (1999) de Luis Ospina es un buen thriller negro sobre la persecución de un asesino en un Bogotá nocturno y lluvioso. El vínculo con la telenovela se encuentra en Es mejor ser rico que pobre (1999) de Ricardo Coral Dorado. La creación del grupo de producción G-3, Colombia, Venezuela y México, dio la posibilidad de financiación de películas, como La toma de la embajada (2000) de Ciro Durán,, basada en el hecho real de la toma de la Embajada de la República Dominicana por el grupo guerrillero M-19 en 1980. Durán combina con inteligencia imágenes reales de archivo y reconstruye la relación de los guerrilleros y los miembros de la Embajada. La virgen de los sicarios (2000) de Barbet Schroeder con guión del escritor antioqueño Fernando Vallejo muestra un Medellín dominado por bandas de sicarios que matan y son asesinados en una atmósfera de drogas. Muy atacada por la prensa en Colombia, obtuvo varios premios internacionales.
Raíces de piedra |
Los productores y directores de los años 60 tenían entusiasmo, aunque no disponían de capital suficiente y no era fácil contar con técnicos por la falta
de formación profesional. Participaron de la corriente creadora que en esos años recorrió Iberoamérica, proponiendo un cine nuevo. Son el auténtico nuevo cine colombiano que generó un cine político y de contenido social. Fue más elevada la producción de documentales y cortometrajes, como unas vías de expresión alternativa y de formación. Un
personaje rebelde, José María Arzuaga, dirigió Raíces de
piedra (1961), sobre la dura situación de los chircaleros, trabajadores
de las fábricas de ladrillos, al sur de Bogotá, sufriendo varios
cortes de censura. Arzuaga, español, deseoso de libertad había abandonado
España muy joven para trabajar en Colombia, identificándose con este país. Su
siguiente película fue prohibida en Colombia y en España, Pasado
meridiano (1965-1966). narra las desventuras
de un auxiliar de una agencia publicitaria, que intenta llegar a
tiempo a los funerales de su madre.
La fórmula de la
coproducción. con Venezuela y con México funcionó. Rodar en Colombia era atractivo por el menor coste de
producción, la tercera parte que en México. También se coprodujo con España y Cuba. Por ello el
mejicano Julio Luzardo y el colombiano Alberto Mejía pudieron dirigir la película Tres cuentos colombianos (1962), formada por tres
episodios. Tiempo de sequía dirigido por Luzardo muestra la
extrema pobreza que obliga a una familia a comerse su perro. La sarda, también
de Luzardo, sobre un pescador manco y su hijo que se ven obligados
por su patrón a pescar con dinamita, frente a la comunidad de pescadores negros
que pescan con red. Alberto Mejía en el episodio El zorrero,
describe a lo largo de un día, los ambientes característicos y los personajes
que habitan Bogotá, siguiendo al zorrero, persona que con un
carruaje tirado por un caballo deambula por la ciudad. Entre las
primeras está Tierra amarga (1963), en la que el cubano Roberto
Ochoa narra la entrevista de una periodista norteamericana a un minero
negro, en Quibobó. La
adaptación de la novela de Jaime Ibáñez, Cada voz tiene su angustia (1965)
fue dirigida por el mexicano Julio Bracho, una película de
contenido social y melodramático.
1967 me pareció un año importante como punto de inflexión hacia la aparición del cine político y social. La muy escasa producción de películas de largometraje totalmente colombianos se compensó con cortometrajes y documentales. Uno de sus cultivadores fue Francisco Norden, formado en el IDHEC de Paris, sobre temas colombianos, quien más adelante dirigió Camilo, el cura guerrillero (1974), el revolucionario de más prestigio, a continuación del Che Guevara. En 1968 y 1969, se produjeron interesantes documentales de denuncia social, mostrados en el Primer Festival de Documentales Latinoamericanos de Mérida. Marta Rodrigues, continuadora de la obra de Jorge Rodriguez y Marta Silva, con Los chircales, del año 1967, sobre las deplorables condiciones del sector del ladrillo, y Alberto Mejía con Bolívar ¿dónde estás que no te veo? (1968) sobre la necesaria liberación de un Bolívar momificado y guardado entre banderas por los militares, protagonizan esta corriente, junto a Carlos Álvarez, autor de Asalto (1967), que trata la represión militar en la Universidad. Ciro Durán en una coproducción entre Venezuela y Colombia utiliza el modelo del western, Aquileo venganza (1968). A principios del siglo XX, tras la Guerra de los Mil Días, en la que Colombia perdió Panamá, los bandoleros, a sueldo de los terratenientes y caciques, asesinaban a pequeños propietarios de tierras para arrebatárselas. Una de estas bandas asesina a toda una familia, salvándose solo Aquileo, quien jura venganza.
Gamín |
El cine
netamente colombiano ha buscado profesionalizarse, cuando el Gobierno en 1978 creó la Compañía del Fomento
para el Cine (FOCINE), que apoyó y ayudó la financiación de las películas
colombianas durante su tiempo de actividades, ya que el Gobierno liquidó FOCINE
a finales de l993, no siendo sustituida la labor que
realizaba hasta 1997 por la Dirección General de cine, dependiente del Ministerio de la Comunicación. Han creado Fondos de ayuda a la producción y a actividades como la escritura de guiones o al desarrollo, planteando, a la vez, una política de desgravaciones.
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