EL NUEVO CINE CUBANO
El cine cubano es una de las claves para comprender el nuevo cine iberoamericano. A finales de los 50 una ola de renovación, inconformismo y cambio recorrió todos los países iberoamericanos, que duró hasta finales de los 70. En Cuba había triunfado la revolución de Fidel castro y se iniciaba una etapa esperanzadora en la que todo iba a ser nuevo, el pasado quedaba olvidado y se empezó a vivir los ideales de la revolución. El cine escapó de la influencia y dominio del cine comercial norteamericano y mexicano que había monopolizado la exhibición. Para fomentar el cine se creó el Instituto Cubano del Arte y la Industria de Cine (ICAIC). Los creadores realizaron sus nuevas películas bajo la influencia del neorrealismo y del realismo socialista, pero ninguno de estos estilos permitía reflejar la sociedad cubana.
Otros directores imitaron a la "nouvelle vague" francesa o a autores como Antonioni, pero solo tuvieron éxitos parciales, como Desarraigo (1963) de Fausto Canel, un conflicto amoroso, en el marco de las minas de níquel Nicaro y la Bahía Nipe, con excelente realización, pero que no interesaba, alejado de lo que estaba sucediendo en la calle
Fueron años de desconcierto para los directores cubanos hasta que encontraron un estilo propio, a mediados de los 60, para contar con modernidad los acontecimientos reales. Este cambio, como siempre, fue impulsado por un grupo de líderes que consolidaron la nueva creación, destacando Humberto Solás, Tomás Gutiérrez Alea, Enrique Pineda Barnet, Julio García Espinosa, Santiago Álvarez y Alfredo Guevara.
Otros directores imitaron a la "nouvelle vague" francesa o a autores como Antonioni, pero solo tuvieron éxitos parciales, como Desarraigo (1963) de Fausto Canel, un conflicto amoroso, en el marco de las minas de níquel Nicaro y la Bahía Nipe, con excelente realización, pero que no interesaba, alejado de lo que estaba sucediendo en la calle
Fueron años de desconcierto para los directores cubanos hasta que encontraron un estilo propio, a mediados de los 60, para contar con modernidad los acontecimientos reales. Este cambio, como siempre, fue impulsado por un grupo de líderes que consolidaron la nueva creación, destacando Humberto Solás, Tomás Gutiérrez Alea, Enrique Pineda Barnet, Julio García Espinosa, Santiago Álvarez y Alfredo Guevara.
Cuba sí |
Antonio Cuevas, buen productor de cine español, que formaba parte de la delegación española en el Congreso Hispanoamericano se creyó obligado por el talante del régimen dictatorial español y la ideología conservadora de UCHA a pedir la retirada de los dos documentales cubanos del Encuentro o la suspensión del Congreso. De momento se suspendió la sesión y tras un buen almuerzo en la terraza del Hotel Barcelona se llegó al acuerdo de que ambas manifestaciones podían considerarse independientes por lo que no había que suspender ni el Congreso ni la proyección de los dos documentales cubanos.
Hubo algunas obras interesantes como Las doce sillas (1962) de Tomás Gutierrez Alea, que intentó despegarse del neorrealismo apoyado en la comedia norteamericana, anunciando la búsqueda de un estilo y alcanzando gran éxito de público. Un lenguaje innovador vemos en David (1966) de Enrique Pineda Barnet, que funde ficción y documental tratado como ficción para relatar la vida de Frank Pais, un valioso joven de 22 años, comunista, asesinado. Tuvo una aceptación menor.
En los siguientes Encuentros de Cine Iberoamericano de Barcelona se presentaron dos de las obras claves de este nuevo cine cubano. Las aventuras de Juan Quin Quin (1967) de Julio García Espinosa, que con dos personajes protagonistas, un aventurero y un fiel amigo, cuenta la acción de la guerrilla y en paralelo un mundo de aventuras. Tuvo un gran éxito de público por su temática, reflejo de la realidad y ser divertida. Y Lucía (1968) de Humberto Solás, que había obtenido un éxito de público con Manuela, una mujer corriente que se incorpora a la guerrilla realizada con extraordinaria sensibilidad y hallazgos expresivos. Solás vuelve a demostrar su talento con el tema de la mujer en Cuba, con Lucía, en la que utiliza tres ejes, la mujer, la sociedad y el amor. La experimentación narrativa está al servicio de la temática y fue bien recibida por los espectadores.
Por su parte, Octavio Gómez que, desde el inicio de este movimiento, venía intentando dirigir una gran película, lo consigue con Los días del agua (1971), denuncia de la manipulación de los supuestos milagros de Antoñita, para relanzar una zona de gran pobreza. Y el realizador más notable, Tomás Gutiérrez Alea obtiene un gran éxito de público y de experimentación del lenguaje en La muerte de un burócrata (1966), crítica dura y entretenida de la burocracia que había creado el régimen, hecha desde una posición socialista. Avanza en la experimentación, bien recibida por el público, en Memorias del subdesarrollo(1968), donde combina el rodaje de imágenes, con reportajes, noticias o carteles. situando la trama tras la invasión fracasada de bahía Cochinos y la crisis de los misiles y sus efectos en la sociedad cubana.
Gutiérrez Alea consigue un nuevo (éxito experimental y de público con La última cena (1976) que descubre el trasfondo de la explotación de esclavos por aquellos patricios cubanos que tenían fama de ser muy humanos, sobre todo en comparación con los ricos explotadores de países vecinos. Gutiérrez Alea manifestaba: No debemos condicionarnos por los estrechos márgenes que conducen a la simmplificación, que conduce la banalidad, solo por temor a que no nos comprendan los espectadores.
De fresa y chocolate |
La actitud de los nuevos directores cubanos dio unas décadas de buen cine y dejaron una impronta en el siguiente cine. Pero la preocupación revolucionaria y la inquietud social se fue amortiguando y fue necesario cambiar la temática. Los aciertos de Gutiérrez Alea con la comedia abrieron paso a varios directores que cultivaron con acierto este género.
Gerardo Chijona en Se permuta (1983), divertida crítica de una madre que cambia de barrio queriendo que su hija mejore de posición social y Rolando Díaz con Los pájaros tirando a la escopeta (1984), dos enamorados deciden conocer a sus respectivas familias; ambas muestran una forma más festiva de tratar los problemas. En la década de los 90 se consolida esta tendencia con Papeles secundarios (1989) de Orlando Rojas y Adorables mentiras (1990) de Gerardo Chijona. El propio Gutiérrez Alea, en su larga carrera da un ejemplo de realización sencilla, con lenguaje propio y crítica social en una espléndida comedia, Guantanamera (1995), una actualización de la temática de La muerte de un burócrata con diferentes referencias y trama, que confirma el gusto por este género, como había demostrado antes en Fresa y chocolate (1993), codirigida con Juan Carlos Tabío. la confrontación de un homosexual abierto y un joven ortodoxo, apareciendo la tolerancia.
Ya antes, en Alicia en el pueblo de Maravillas (1991) Daniel Díaz Torres había utilizado la comedia para contar la llegada de una joven revolucionaria a un pueblo ficticio donde descubre el conformismo, la corrupción y la falta de entrega. Tiene mérito este resurgir del cine cubano, utilizando la comedia que permite la crítica, en un período en el que el ICAIC entró en crisis económica, resuelta en parte con coproducciones europeas, especialmente con España, como La vida es silbar (1998) de Fernando Pérez, que elige el camino del experimentalismo para narrar la búsqueda de la felicidad de sus tres protagonistas con La Habana de cuarto protagonista o Lista de espera (2000) de Juan Carlos Tabío, que utiliza el absurdo para dar entender en esta comedia que la terminal de autobuses donde esperan los pasajeros en realidad es Cuba. Enrique Pinada Barnet mostró el ambiente artístico en Cuba entre 1922 y 1935 3 en una hermosa película, La bella de la Alhambra (1989), protagonizada por Beatriz Valdés. Fuera del sistema de producción del ICAIC, <juan Carlos Cremat,el director de Nada (2003), dirige Viia Cuba (2005), una película `protagonizada por niños, con el fondo de la emigración, una de las películas cubanas más premiada.
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